13/9/12

Domingos amargos.



Los tímidos rayos de Sol asomaron temprano entre sus cortinas. Poco a poco, la claridad de la mañana se apoderó de cada rincón de su cuarto. Lo normal, era que al despertarse por la luz, saltase de la cama e inmediatamente, corriese a asomase por la ventana para disfrutar del olor a croissants recién hechos que llegaba desde la panadería que se situaba debajo de su pequeño piso. Pero después de una noche de confesiones a la Luna y tormentas sobre la almohada, las ganas de despertarse otro día y buscar mil cosas nuevas que hacer se habían esfumado como el humo de aquel cigarro que anoche se consumió sobre un viejo cenicero que había comprado como recuerdo de un viaje a Sevilla junto a él. Así pues, bajó las persianas hasta dejar la habitación en completa oscuridad, igual que hacia él cada domingo después de una noche entre besos y caricias. Como aquel 5 de agosto. "Hoy no amanece para nosotros, dormilona, no te dejaré salir de la cama en todo el día", decía mientras ella poco a poco abría sus párpados. Y ella, extrañada, le dijo que estaba loco. "Si, tú eres la culpable de eso, pequeña", le susurró mientras a escasos centímetros de sus labios la acariciaba las mejillas. Y de repente, se separó de ella con una sonrisa pícara, y dejó al descubierto un desayuno que él mismo le preparó mientras ella soñaba a saber con qué. "¡Eres increíble, mi amor!" gritó y se lanzó sobre él mientras no dejaba un solo centímetros de su rostro sin besar. Y así era como le dio sentido a su vida, con pequeñas tonterías que la hacía feliz, pero ya no están. Se fugaron junto a sus ganas de vivir, se sonreír. No recordaba lo frío que era el mundo fuera de sus brazos. Se sentía sola. Indefensa... Culpable. Ella se fue de su vida, con la pequeña esperanza de que él la necesitase y sentir que si, que la quería. Pero no fue así. Él no ha vuelto. Seguramente ya haya encontrado una sonrisa que vaya al compás de la suya, una mano que agarrar mientras pasea, un corazón que enamorar. Una nueva historia que empezar.
Pero ella no se saca cada momento de la cabeza, no puede olvidarle ni un sólo segundo. Ya no le es fácil levantarse cada mañana, pero los domingos tienen un dolor especial. Más intenso. Por eso, cada vez que este día de la semana llega, se esconde entre sus sábanas olvidando al resto del mundo... menos a él. Ha perdido la cuenta de las semanas que lleva así. Ya no vive. Su mirada no brilla, siempre hay una pequeña capa cristalina que los cubre. Había perdido al amor de su vida por ser una estúpida.



Se había enamorado y ya no había vuelta atrás.

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