Febrero. Sábado por la tarde. A pesar del mes en que estamos, el calor inunda las calles de Madrid, haciendo así que los abrigos vuelvan a ser inservibles por unos días. Abro el armario, sin saber bien qué estoy buscando. Dos montones de camisetas dobladas perfectamente una encima de otra. Escojo las que aún me siguen gustando, todas de temporada de verano, y una a una, me las pruebo. Demasiado justa. Muy apretada. Puf, en esta la mangas son demasiado cortas y no me gusta que se me vean tanto los brazos. ¿Y esta? Bah, ya no me favorece. Y ahora, pantalones. Este me hace un trasero enorme. Me resalta demasiado mis gigantescas piernas. Éste, ya ni me vale. Aquel tampoco. Mmmm... estos son demasiado claritos. ¡Joder! ¿desde cuando estoy así?
Me miro semi desnuda en el espejo que desde hace unos meses está colgado en una de las puertas del armario. Mira eso, y eso otro. Puf, ¿ves eso? Lo odio. Recorro todo mi cuerpo con las yemas de mis dedos mientras no dejo ni un segundo de mirar mi asqueroso reflejo.
Paro en mis piernas, y apretándolas entre mis manos, pellizco un poco de carne, hago lo mismo por la cintura, brazos, estómago e incluso mofletes. Una sensación que no me gusta, recorre mi cuerpo provocando un nudo en la garganta seguido de una capa de agua que recubre mis ojos. Mientras, en mi cabeza solo puedo escuchar ''¡Gorda! ¡gorda! ¡gorda!'' ¡Cállate, no quiero escucharte voz estúpida! Pero es que, mira esto, es demasiado grande. Y esto, demasiado pequeño. No lo suficientemente delgado. Ahí falta, y aquí sobra. Y aquí, y aquí. Mira eso, normal que la ropa no me siente bien. ''Gorda, gorda, gorda, gorda.'' ¡Basta, por favor! Déjame... Me voy, no quiero verme más. Te odio, ¿me oyes? ¡Te odio, espejo, a ti y a lo que veo reflejado en él! Maldita sociedad, que me ha roto por dentro. Maldita comida. Maldita báscula. Maldito puñado de números que controlan mi vida. Maldita ropa. Maldito el momento en el que me convertí en un monstruo. Y me meto en la cama. Arañazos por todo mi cuerpo, débil, inocente, joven, provocados por la rabia y la impotencia. Y lágrimas que parecen formar una cascada sobre mis mejillas, y parece que no tienen intención de dejar de caer. No puede ser. ¿Cuándo he llegado hasta este punto? Y con el pensamiento de que no será ni fácil, ni rápido escapar de esta sensación, de estos pensamientos, de mi, me sumerjo a un mundo feliz, sin complejos, que se encuentra dentro de mi almohada.
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