«Y entonces vino lo peor: nada.
Nada de nada durante lo que me parecieron diez años, nada durante 3.652 días y 3.653 noches.
Se acabó el juego, los juegos, la sal de mi existencia. He equivocado
mi vida como los protagonistas de las tragedias de Jean Racine.
¿Dónde estoy? ¿Qué he hecho? ¿Qué debo
hacer ahora? ¿Qué arrebato me arrastra? ¿Qué dolor me atenaza?
No
puedo saber si debo amar u odiar.
Él me ha matado, asesinado,
degollado, follado, y muchas otras rimas tontas.
Hasta que acabé por
considerarlo parte del pasado; y por conformarme con la insípida felicidad de mi existencia
.
Hasta que una noche decidiste regresar, y saboreé de nuevo la verdadera felicidad...
Felicidad en estado puro, bruto, natural, volcánico, ¡Grandioso!
Era lo mejor del mundo... Mejor que la droga, mejor que la heroína, mejor que la coca, crack, porros, hierba, marihuana, éxtasis, canutos, anfetas, tripis, ácidos, LSD.
Mejor que el sexo,
que un orgasmo, que un 69, una orgía, el kamasutra, las
bolas chinas. Mejor que la comida y la mantequilla de maní que comía de
pequeña.
Mejor que la trilogía de George Lucas, que el fin del milenio. Mejor que los andares de Emma Pill, el baile de Marilyn Monroe, la Pitufina, Naomi Campbell y que el lunar de Cindy Crawford.
Mejor que la cara B de Abbey Road, que los solos de Jimi Hendrix.
Mejor que el pequeño paso de Neil Armstrong sobre la Luna, el Space Mountain, Papá Noel, la fortuna de Bill Gates, los trances del Dalai Lama, las experiencias cercanas a la muerte, la resurrección de Lázaro.
Mejor que la testosterona de Arnold Schwarzenegger o el colágeno de los labios de Pamela Anderson. Mejor que Woodstock y las rages más orgásmicas... Mejor que las drogas del Marqués de Sade, Arthur Rimbaud, Jim Morrison y Castaneda.
Mejor que la libertad. Mejor que la vida».